lunes, 14 de mayo de 2012

Aspiramos a que Raúl sea feliz

Pilar y José duermen con su hijo en la misma cama. La intimidad no tendría más trascendencia si no fuera porque el chaval ya tiene seis años y llevan compartiendo el mismo lecho desde el 2006. Lo que en otras familias supone una simple concesión cuando el crío está pachucho o especialmente mimoso, para estos padres es una necesidad irrenunciable: el 90% de las crisis epilépticas que Raúl sufre desde hace casi cuatro años se producen por la noche, y sus progenitores deben estar continuamente alerta para atenderle.
 
Las convulsiones son uno de los rasgos del síndrome de Dravet que sufre Raúl. Una de esas enfermedades catalogadas de raras que, como tales, carecen de momento de la cobertura y el ritmo de investigación suficientes para barruntar un futuro de esperanza como en otros males. Esta es una de las múltiples razones por las que esta familia riojana, la única donde se ha registrado hasta el momento un caso de estas características en la comunidad, se ha integrado en la joven fundación que recaba fondos y apoyos para mejorar la vida de los 90 afectados que constan en toda España.
 
Además de no quitar ojo a su hijo ni cuando duerme, Pilar y José han asumido una multitud de hábitos desde que Raúl empezó a experimentar los primeros síntomas de una patología que, básicamente, consiste en una alteración en el canal neuronal del sodio que conlleva un retraso cognitivo y psicomotriz. Entre ellas, anotar pormenorizadamente en una libreta la combinación de los medicamentos que debe tomar a diario y la frecuencia de unos ataques cada vez más recurrentes: desde las 22 convulsiones en el 2006 a más de 126 en el 2011.
 
El primer atisbo de lo que vendría después se produjo al poco de nacer. El embarazo fue normal, el parto casi indoloro y Raúl salió «guapísimo y muy sano». A los cuatro meses, sin embargo, sufrió una lateralidad. Aquella ausencia momentánea alertó a la familia, que inició un camino que acabaría transformándose en un proceloso y muchas veces agrio peregrinaje hasta conocer el diagnóstico definitivo. Del pediatra al neurólogo infantil en Logroño, de allí al fisioterapeuta de Atención Temprana pasando por especialistas en Bilbao, Santander, Barcelona... Electros, estudios del sueño, pruebas y polisomnografías e incursiones en la homeopatía y otras técnicas alternativas que siempre encallaban en la vaga posibilidad de una epilepsia benigna -el desarrollo físico seguía el de cualquier crío de su edad- y nuevos cócteles de fármacos que, como supieron luego, no sólo no mejoraron el proceso sino que a veces resultaron contraproducentes.
Dos noticias
El punto de inflexión llegó en mayo del 2010. La neuropediatra ordenó un estudio genético del chaval y el resultado arrojó dos noticias antagónicas. «La buena era que por fin había un diagnóstico claro; la mala, que se trataba de una patología que a día de hoy no tiene cura», rememora José. Como añade su mujer, aquello les generó una ambigua mezcla de tranquilidad y preocupación. «Lo único peor que hay a padecer una enfermedad es no saber cuál es y así, al menos, ya sabíamos contra qué luchábamos».
Todo su esfuerzo se ha focalizado desde entonces en mejorar el día a día de Raúl. «Le cuesta mucho mantener la atención, apenas lee y escribe, sufre escoliosis y la cantidad de fármacos que toma le deja baldado... es como si se hubiera quedado estancado en los tres años», recapitulan. Como antídoto, equinoterapia, logopedia, más píldoras y, sobre todo, arrobas de cariño en las que interviene su hermano David, quien con tres años nunca se separa de Raúl cuando sufre un ataque hasta que las convulsiones cesan. «Sólo aspiramos a una cosa en esta carrera de fondo: que sea feliz y lo más autónomo posible».
Su maratón personal también incluye renuncias. Finalizado el ciclo de Infantil, la familia y la dirección de Jesuitas consensuaron que el lugar de Raúl estaba en un centro más adecuado a sus circunstancias como el colegio Los Ángeles de Logroño. «La integración suena genial, pero lo cierto es que el sistema educativo carece de medios para una atención especial», concluyen unos padres que tampoco han salido indemnes del rechazo social que provoca estos casos. «La enfermedad de un hijo hace que se haga una criba entre los buenos amigos...». Raúl lo agradece con una sonrisa. 
 
 

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